Desafección política

Llevo tiempo oyendo el término «desafección» por la política y es algo que me chirría en el subconsciente. Los políticos tienen la creencia de que la ciudadanía se está alejando de ellos, que ya no les quieren… y creo que no es así exactamente. Antes de nada puntualizar que con «ciudadanía» excluyo a forofos rojos, azules o rosas a los que el encandilamiento por su color favorito les hace ver rosas donde solo hay moñigas.

Los ciudadanos «normales» (o buenos, usando la terminología de nuestro ¿ilustrísimo? presidente del Gobierno) nunca hemos sentido un apego real hacia nuestros políticos  Cuando se hacían públicas las encuestas del CIS sobre la valoración de nuestros políticos, siempre salían, en los buenos tiempos, cincos, seises… Notas medias que a ellos les parecían bien. Se sentían respaldados, queridos, amados. Todo era de color de rosa y las nubes esponjosas dibujaban corazoncitos que el mismísimo Aznar admiraba entre sollozos de emoción por la ventana de su despacho en Moncloa. Si los políticos viven en otro mundo, este es un claro ejemplo. Pongamos que la encuesta del CIS, en vez de preguntarle por Aznar (Ansar, para los amigos) o Zapatitos, les preguntaran por sus hijos… ¡o por sus mascotas!. ¿¿Alguien les daría un 5?? ¿Qué clase de padre sería usted si calificara con un 5 a su bienamado hijo? Le pondría un 8 o un 9 porque le quiere, le aprecia, lo ama… Pero ¿un 5? ¿A qué se le da un 5? Pues a algo que ni me va, ni me viene. Que está ahí pero que si no estuviera, le daría el mismo 5.

El problema es que ahora ya no nos da tan igual. Porque ahora, más que nunca, esos sobre los que nos piden valoración son los que vemos vivir «por encima de sus posibilidades». Son los que nos recortan el sueldo, la sanidad y la educación de nuestros hijos. Y, claro, ahora ya no ponemos ese 5 «por educación» que le ponemos a lo que nos da igual. Ahora le ponemos un 2 al subnormal profundo, que sigue siendo igual de subnormal que antes, pero que ahora, cuando se ve mínimamente exigido, luce sus vergüenzas sin sufrir las consecuencias de sus propios errores.

Pero no se preocupen señores políticos porque ahora no les queramos. No utilicen el término desafección… porque, aquí, nunca hubo afecto.