Desafección política

Llevo tiempo oyendo el término «desafección» por la política y es algo que me chirría en el subconsciente. Los políticos tienen la creencia de que la ciudadanía se está alejando de ellos, que ya no les quieren… y creo que no es así exactamente. Antes de nada puntualizar que con «ciudadanía» excluyo a forofos rojos, azules o rosas a los que el encandilamiento por su color favorito les hace ver rosas donde solo hay moñigas.

Los ciudadanos «normales» (o buenos, usando la terminología de nuestro ¿ilustrísimo? presidente del Gobierno) nunca hemos sentido un apego real hacia nuestros políticos  Cuando se hacían públicas las encuestas del CIS sobre la valoración de nuestros políticos, siempre salían, en los buenos tiempos, cincos, seises… Notas medias que a ellos les parecían bien. Se sentían respaldados, queridos, amados. Todo era de color de rosa y las nubes esponjosas dibujaban corazoncitos que el mismísimo Aznar admiraba entre sollozos de emoción por la ventana de su despacho en Moncloa. Si los políticos viven en otro mundo, este es un claro ejemplo. Pongamos que la encuesta del CIS, en vez de preguntarle por Aznar (Ansar, para los amigos) o Zapatitos, les preguntaran por sus hijos… ¡o por sus mascotas!. ¿¿Alguien les daría un 5?? ¿Qué clase de padre sería usted si calificara con un 5 a su bienamado hijo? Le pondría un 8 o un 9 porque le quiere, le aprecia, lo ama… Pero ¿un 5? ¿A qué se le da un 5? Pues a algo que ni me va, ni me viene. Que está ahí pero que si no estuviera, le daría el mismo 5.

El problema es que ahora ya no nos da tan igual. Porque ahora, más que nunca, esos sobre los que nos piden valoración son los que vemos vivir «por encima de sus posibilidades». Son los que nos recortan el sueldo, la sanidad y la educación de nuestros hijos. Y, claro, ahora ya no ponemos ese 5 «por educación» que le ponemos a lo que nos da igual. Ahora le ponemos un 2 al subnormal profundo, que sigue siendo igual de subnormal que antes, pero que ahora, cuando se ve mínimamente exigido, luce sus vergüenzas sin sufrir las consecuencias de sus propios errores.

Pero no se preocupen señores políticos porque ahora no les queramos. No utilicen el término desafección… porque, aquí, nunca hubo afecto.

Idealizadamente independientes.

Parece que el señor Mas nos leyó ayer y se picó como un mal jugador de poker subiendo la apuesta con una mala mano. Convoca elecciones en Cataluña para el día 25 de Noviembre para que el pueblo catalán decida sobre su derecho a la autodeterminación. A mi me parece muy bien lo que cada uno haga en su casa, pero oiga, si usted es un borracho juerguista que pega y miente a su mujer, lo menos que se puede hacer uno es denunciarlo.

La independencia es un status que históricamente Pais Vasco, Cataluña y Galicia en menor medida han perseguido como una meta; Un objetivo final que, de ser alcanzado, nos convertiría a todos en unos adonis estupendos, ricos y sin preocupación alguna.  No me gustan las idealizaciones en ningún aspecto de la vida, pero es que, a nivel político, me parecen vergonzosas. Nadie toma la independencia como un hito a conseguir, una parte del proceso de cambio. Nadie habla de lo que hay detrás del umbral de la independencia, de lo que significa o de lo que cambiaría. Y aquí es donde comienzan, para mí, los problemas.

Para hacer una estimación de lo que pasaría si Cataluña, en este caso, se hiciera independiente, habría que investigar cómo han gestionado sus representantes políticos su autonomía en los últimos años, su poder económico real, su capacidad de innovación… ¡Hagamos memoria!

Cataluña viene de un gobierno tripartito DESASTROSO que ha dejado un agujero increíble en las arcas públicas de Cataluña. Con la entrada hace dos años del «fantástico» señor Mas, impulsor de la independencia a día de hoy, el Govern ha acumulado un déficit de 448 millones de euros, ha recortado derechos fundamentales como la educación e, incluso, ha dejado de pagar a las farmacias. Fue el pionero en implantar el «euro sanitario» y su mayor aportación al futuro de Cataluña ha sido la promesa de construir un parque recreativo para convenciones al lado del desangelado Port Aventura. Para los que viváis en el Pais Vasco y más concretamente en Barakaldo, sabréis que esto de hacer grandes recintos para ferias y congresos es el futuro, nótese la ironía. Además, acaba de pedir el rescate autonómico para hacer frente a los pagos de los dos siguientes meses al gobierno central… del que se quiere separar. ¡Pero bueno! La economía catalana es fuerte y tirará del carro.

Históricamente el sector servicios catalán ha sido uno de los más fuertes a nivel internacional. Pero, lo mismo no pueden aguantar el lastre de una entidades bancarias en banca rota y con una gestión depravada desde no se sabe cuánto tiempo. Por otro lado, la inversión en I+D en Cataluña se ha estancado en los últimos diez años y tampoco ayudaría en demasía al crecimiento de la nueva nación. Parece que la política económica seguida estos últimos años, tampoco ha sido un portento, que se diga.

Reitero en este punto, que la independencia como tal no me parece ni bien, ni mal. Lo que no me parece normal es que la gente se tire sin cuerda por un precipicio sin saber si está atado a una cuerda o no. Sinceramente, viendo las cuerdas que sujetan nuestras vidas, tanto en Madrid, como en Barcelona o como en Bilbao… yo no me tiro a ningún sitio hasta que se vayan TODOS al infierno y gobiernen dirigentes con un mínimo de sentido común y responsabilidad ciudadana.  Me da lo mismo que sean de izquierdas o de derechas. Catalanes, españolistas, nacionalistas vascos o gallegos. Me da igual. Adolecemos de dirigentes competentes incapaces de dirigir una  empresa, no digamos un país.

 

Antes de correr, hay que saber andar.

¡Indepencia!

Llevamos unos días con el tema independentista encima de la mesa y las opiniones y los eventos se suceden a  velocidad de vértigo. Lo que comenzó con una manifestación, se ha convertido en una vorágine de declaraciones exacerbadas, decisiones sorprendentes y respuestas incoherentes.

A todo esto, y sin entrar en si Cataluña debería ser independiente o no, ¿Esto hay que decidirlo ahora? ¿No hay cosas más importantes que esto?  Es increíble lo becerros que podemos llegar a ser. Hace unos meses (2 o 3, no nos vayamos muy lejos), los catalanes eran un clamor en contra de la pésima gestión de un gobierno autonómico que recortaba a diestro y siniestro echando mierda (cómo no) a los anteriores inquilinos de la poltrona, ahora ya retirados a sus mansiones forjadas a base de dinero público. Como esta situación no era nada conveniente, el president  pensó que ya era hora de hacer algo.
Ya me imagino al gabinete de comunicación de Mas repartiendo en la mesa de reuniones el dossier con título «Tírenle un hueso al perro». Serían las 10 de la mañana («madrugar», si hablamos de un político) y la gente se miraría extrañada  que hubiera gente en el despacho a esas horas en vez de estar, como es tradición, en el bar con un cafelito y leyendo Mundo Deportivo.
Una secretaria, atónita, se subiría las gafas en un rito de concentración extrema para recordar cómo funcionaba la fotocopiadora y, terminada su ardua tarea,  llevaría el dossier de dos folios (sus eminencias se cansan si tienen que leer mucho) al despacho del jefe del gabinete de comunicación. Con cara de satisfacción releería la única pregunta que llenaba el segundo folio del dossier (la primera, estaba reservada, como no, para el título): ¿Qué hueso le tiramos al perro?.
Y ahí se reunieron las mentes privilegiadas de ese ¿país? ¿comunidad? o «pongaaquícomoquierallamarsequemedaigual» para decidir cuál iba a ser la bomba de humo que les iba a sacar del ojo del huracán para echarle mierda a otro… Y se les ocurrió un tema que, aunque manido, es capaz de despertar fervores nubladores de la razón como pocos: La independencia.  En realidad, la primera opción era Eurovegas, pero como no pudo ser, pues hubo que recurrir al plan B.
Y, cómo no, los perros salieron a las calles moviendo sus  rabos y ladrando bien fuerte en pos del hueso…  y se olvidaron que su amo, el que les había lanzado el hueso, les había molido a patadas dos días atrás.